El terror regresó por las trochas del sur del Tolima. Mientras en Bogotá se habla de reconciliación y mesas de diálogo, en municipios como Chaparral, Rioblanco y los corregimientos de Herrera el único mensaje que llega es el estampido de la guerra. Cilindros bomba, amenazas y desplazamientos están de vuelta. Y esta vez, la gobernadora Adriana Magali Matiz no se quedó callada.
Desde la cumbre de gobernadores en Yopal, la mandataria tolimense reveló una verdad incómoda: la paz total está desangrando al Tolima. “Estamos enfrentando hechos que no veíamos hace más de veinte años”, denunció. Y no es para menos. Desde el 17 de abril, las disidencias de las Farc han vuelto a marcar territorio, sembrando miedo y cilindros explosivos a las salidas de varios municipios. El mensaje es claro: están de regreso, y no vinieron a hablar.
Los relatos que llegan desde el campo son de terror: agricultores amenazados, comerciantes extorsionados, familias que huyen dejando atrás cultivos de café y frutales. “Qué tristeza ver a un pueblo trabajador convertido en un pueblo fantasma”, lamentó Matiz. El panorama, dijo, es de zozobra total. Y mientras tanto, desde la Casa de Nariño no llega ni un eco de realidad.
Acompañada de otros gobernadores, Matiz le lanzó un ultimátum al alto Gobierno, en especial al presidente Petro y al ministro del Interior, Armando Benedetti:
“La paz total, como está planteada, ha fracasado. O corrigen el rumbo, o la situación se les va a salir de las manos”.
No fue un discurso blando. Fue una radiografía cruda, con nombre y apellido: “No podemos seguir como bomberos apagando incendios ni como porteros atajando a los bandidos. Esto requiere una política realista, coherente y firme”. Y con un golpe final que sonó como advertencia:
“A los delincuentes no se les enfrenta con miedo. Se les enfrenta con seguridad y autoridad”.
¿Seguirá el Gobierno en su burbuja ideológica? ¿O finalmente escuchará el grito de auxilio que viene del Tolima profundo?