La política ibaguereña no deja de sorprender con sus piruetas: esta vez, la protagonista es la concejal Silvia Cristina Ortiz, quien —aunque forma parte del mismo partido de gobierno que la alcaldesa Johana Aranda (Centro Democrático)— no tuvo reparo en subirse al púlpito de la moral para cuestionar con dureza a la gerente del IBAL, Érika Melissa Palma, por haber salido a vacaciones justo en plena ola invernal.
Lo que la cabildante no menciona, ni por descuido, es que su dedo también apunta dentro del mismo pastel: Ortiz no solo ha sido una alfil del gobierno en el Concejo, sino que mantiene cuotas burocráticas en la administración Aranda y goza de un acceso preferencial al círculo de poder local. Le ayudan, le abren las puertas, le consultan… y aún así dispara.
¿Deslealtad política o estrategia premeditada? Porque si de coherencia se trata, sería prudente preguntarse cómo se digiere la indignación pública cuando en privado se sigue recibiendo café servido desde el despacho principal.
En su intervención, Ortiz no se guardó palabras: “No considero pertinente que se haya ido a disfrutar sus vacaciones”. Lo dice con tono de regaño, mientras la administración le mantiene sus fichas intactas. Y continúa: “No le está haciendo un desagravio a los concejales, sino a los ibaguereños”. Frase con sabor a campaña.
Lo que huele raro es el momento: justo ahora que el gobierno enfrenta presión por el invierno, Silvia lanza una crítica que, más que espontánea, parece buscar cámara, micrófono y aplauso de la oposición. ¿Está jugando a las dos bandas?
El morbo está servido: una concejal que fue parte del empalme, que aplaudió el discurso de la alcaldesa, que tiene funcionarios de confianza en la nómina municipal, ahora se disfraza de fiscal del mismo gobierno que la protege. ¿Crisis de identidad política? ¿Ensayo de ruptura? ¿Mensaje velado?
Lo cierto es que en Ibagué no hay nada más predecible que lo impredecible de sus políticos. Hoy aplauden, mañana atacan, y pasado mañana vuelven a tomar tinto juntos en el despacho. Porque aquí la coherencia dura lo que un aguacero en abril: lo justo para mojarse, pero no para empaparse.